“Si mi padre me pega porque no le gusta cómo limpio, ¿cómo le digo que voy a abortar?”

“Si mi padre me pega porque no le gusta cómo limpio, ¿cómo le digo que voy a abortar?”

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• María es una de las menores de 16 y 17 sometidas a violencia familiar, coacciones o desamparo que se verán afectadas por la reforma del aborto
• El porcentaje de los casos es pequeño, pero es «muy grave», y la propuesta del PP dejará a estas chicas desprotegidas, denuncia la directora de una clínica abortista

OLIVIA CARBALLAR | SEVILLAActualizada 01/03/2015 a las 13:26

María tiene 17 años. Vive con su padre. Cada vez que limpia la casa, le dice que lo vuelva a hacer. María limpia de nuevo, pero a su padre sigue sin gustarle. Y lo hace por tercera vez. A la cuarta, María recibe un puñetazo. Su padre concluye que no sabe limpiar. María es una de esas menores de 16 y 17 años sometidas a violencia familiar, coacciones o desamparo que, con la última reforma de la ley del aborto propuesta por el PP, necesitarán la firma de sus progenitores para poder abortar.

Ella interrumpió su embarazo el pasado año después de pasar un calvario para que alguien que no fuera su padre la ayudara. Si no le gustaba cómo pasaba la fregona, no imaginaba cuál sería la reacción de ese hombre si se enteraba de que estaba embarazada. «Si mi padre me pega porque no le gusta cómo limpio, ¿cómo le digo que voy a abortar?». Finalmente recurrió a un amigo. Pidió cita en el médico de cabecera para él y lo acompañó. Cuando entraron, fue ella la que expuso su caso.

El médico llamó a la trabajadora social a la consulta para evitar que ningún paciente de la sala de espera pudiera hacerse preguntas. Viven en un pequeño pueblo donde todo el mundo se conoce. La chica fue derivada a una clínica. “Vino acompañada por su amigo, que tuvo que compincharse con el amigo de otro amigo para que los trajera en coche desde el pueblo.Lo que pasó esa chica hasta llegar aquí no tiene nombre”, cuenta Eva Rodríguez, directora de la Clínica El Sur de Sevilla, donde el pasado año abortaron menos de un 10% de menores sin el conocimiento de sus padres.

“Es un porcentaje muy pequeño, pero muy grave, al que la nueva ley dejará desprotegido siendo, además, víctimas», denuncia Rodríguez. Estas son varias de sus historias, narradas a través de los psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales y médicos que las atendieron. Todos los nombres son ficticios.

«No se lo digas a tu padre, te va a matar»

El padre de Sheila nunca está en casa. Trabaja en la construcción y casi siempre duerme fuera, en otras ciudades. Cuando vuelve, apenas mantiene comunicación con su hija, que lo califica como “muy bruto”. Su madre padece una fuerte depresión y ha intentando suicidarse en varias ocasiones. No es su madre la que cuida de Sheila, sino Sheila la que cuida de su madre. Sheila decide, por tanto, abortar sin comunicárselo a nadie.Resuelve sola la situación sin generar un conflicto a su madre, que sabe que la destrozaría. Su madurez impresiona a los psicólogos.

La madre de Luisa es drogodependiente. De su padre no sabe nada. Lleva viviendo dos años con su novio y suegra. Ellos son quienes acompañan a Luisa a interrumpir un embarazo no deseado. Ni su padre ni su madre podrían haberle firmado ningún papel. Como a Inma, cuyos padres, también drogodependientes, estaban siguiendo un programa de desintoxicación en Proyecto Hombre cuando fue a abortar.

Sandra llama a la clínica alegando que si su padre se entera de su embarazo la obligará a dejar los estudios y la echará de casa, por eso ha decidido abortar sin comunicárselo. Se reúne con los psicólogos, que le piden más información para comprobar si es un simple temor por falta de confianza o una situación más seria. Y se confirma la peor posibilidad: su padre ya había echado de casa previamente a su hermana, que también se quedó embarazada sin desearlo. Ella sí se lo contó y el padre prohibió cualquier comunicación con aquella mujer «indecente» a toda la familia. Ocurrió hace cinco años.

Sofía vive con su padre y la pareja de este. Cuando supo que estaba embarazada, llamó inmediatamente a su madre, que reside en Ecuador.»Ni se te ocurra decírselo a tu padre porque te va a matar», le dijo. Cuéntaselo a ella, a tu madrastra, le recomendó después. Sofía, con el pavor en el cuerpo ante aquel hombre violento, hizo caso a su madre y depositó su confianza en aquella otra mujer, que fue quien finalmente acompañó a Sofía a abortar.

Un problema que surge de la realidad social

“En 2010 se le planteó a la entonces ministra Bibiana Aído un problema que ya teníamos con la anterior ley, la de 1985, y que surge de una realidad social. Aquí han venido a abortar chicas que llevan viviendo con sus abuelas o tías toda la vida y que no saben nada de sus padres o inmigrantes que no podían demostrar que estaban emancipadasporque ni tenían papeles ni contrato de trabajo ni nada”, explica Rodríguez, también vicepresidenta de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (ACAI).

Maribel sí se lo contó a su madre, pero ésta decidió dejarla sola. La trabajadora social municipal llamó para confirmar el caso. «Si ya es mayorcita para quedarse embarazada también lo es para abortar», le dijo. La mujer no estaba dispuesta a perder un día de trabajo. “Finalmente la ley de 2010 recogió nuestra petición, aunque también es verdad que siempre ha sido un punto muy conflictivo incluso en el PSOE y personas progresistas. Pero es que la realidad es esta”, añade. Tatiana lleva varios años en España conviviendo con su pareja y los padres de este. “¿Cómo va a venir a abortar Tatiana con sus padres, que viven en Rumanía?”, se pregunta Rodríguez.

Fátima también acudió a abortar sola. Su padre es musulmán y su madre vive sometida a él. Ninguno de los dos permitiría un embarazo fuera del matrimonio y ninguno de los dos aceptaría que su hija abortara. Fátima decidió no decir nada ante el miedo de no saber qué reacción le haría más daño. En ambos casos temía por su integridad.

El resto de las jóvenes de 16 y 17 años que abortaron en esta clínica, es decir, el 90%, lo hicieron acompañadas por sus padres. “Y muchos vienen con ellas enfadados, sin gustarle lo que les ha ocurrido, pero vienen apoyándolas, porque también ellas se apoyan en sus padres. Es lo normal en las familias, que son muy democráticas en general. Sí, la castigo, pero en el momento de la verdad, mi hija me pide ayuda y yo la apoyo. En los otros casos, sin embargo, los padres tendrán la patria potestad, pero no la ejercen”, concluye Rodríguez.

Una encuesta previa a la aprobación de la norma de 2010, aún vigente, determinó que casi el 90% de las jóvenes acudiría a abortar con sus padres si pudieran elegir entre hacerlo con ellos o solas. Cuatro años después de su aprobación, ese porcentaje coincide con la realidad.

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